A mis compañeros del panel de catadores de Aceite de Oliva Virgen  Extra (AOVE)del Laboratorio Arbitral Agroalimentario de Madrid (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación). El MEJOR.

Gracias por su calidez, entrega y dedicación.

Casi podría ser un juego de palabras y es que soy gata caminando por algunos parajes de la Sierra de Gata a donde nos escapamos tres días en diciembre de 2020, en el puente de la Inmaculada o de la Constitución. Este bicho del Covid 19 sigue protagonizando y dominando nuestras vidas y Madrid cerró sus fronteras a otras Comunidades Autónomas el viernes a las 00,00 por lo que escapamos el jueves a las 14,30 y a la única Comunidad que se mantenía abierta: Extremadura. Todas las demás permanecían cerradas debido a la segunda ola de este bicho que parece ser más inteligente que nosotros, que ha cambiado nuestras vidas y  que después de diez meses no somos capaces de controlar.

Y esta escapada marca un punto y aparte trascendental en mi vida. Sería el último viaje que hiciera en “activo” laboralmente. En diciembre tuvimos que suspender el que solemos hacer todos los años a la playa. El motivo, el mismo. Y ahora, escribo el relato una semana después de haberme jubilado después de una vida laboral que se ha extendido casi 38 años. Y sí, soy joven. Tengo ahora 60 años recién cumplidos y afortunadamente se me permite una jubilación voluntaria a esta edad sin pérdida económica relevante. Y ahora, que aún tengo fuerzas e ilusión, deseo disfrutar de esta nueva etapa lo que mi salud y la de mi compañero de vida nos permita. Él disfruta de la suya desde hace cuatro años. Es el momento. Ya no nos va a quedar mucho tiempo más.

Vivimos tiempos difíciles, impensables hace tan solo un año. Nos rodea la desgracia, incluso nos ha rozado débilmente en familiares y amigos que han sufrido y sufren grandes tragedias. A veces me siento como sentada en un salón de sorteos donde a cada uno de los asistentes le toca una desgracia distinta. A nosotros, por ahora no. Pero no sabemos nunca cuando nos puede tocar.

Ahora toca vivir, tratar de recuperar el tiempo perdido, de hacer lo que cuando éramos…”más” jóvenes no pudimos hacer, manejar un tiempo que ahora es nuestro por completo, toca disfrutar de la libertad, mientras que ese “sorteo” lo permita y  sin olvidarnos ni apartarnos del sufrimiento de los demás.

Me he hecho una “abuela cebolleta” así que rompo este hilo para centrarme en el relato en sí. ¿qué os importarán mis divagaciones y reflexiones?. Bueno, me aprovecho de la “licencia” que dan los años. Parece que todo el mundo se vuelve algo más comprensivo cuando ven los estragos que en nuestros cuerpos han hecho los años y yo…pues también, por qué no, me aprovecho a veces de ello aunque también pienso que me he ganado el derecho.

Partimos el jueves rumbo a Plasencia donde haríamos nuestra primera parada y decidimos pasar la noche en Malpartida de Plasencia, en el aparcamiento del polideportivo, un sitio tranquilo a las afueras del pueblo (39.976670-6.038977).

El viernes después de desayunar pusimos rumbo a Plasencia a donde llegamos unos minutos después para aparcar cerca del río en un gran aparcamiento (40.031898-6.080220)   dándonos un breve y agradable paseo por la ciudad. 

En nuestro camino dejamos atrás la catedral recorriendo sus calles transitadas ahora por gentes que iban y venían en su cotidianeidad  diaria. Y en la plaza dimos con un  pequeño mercadillo  y no pudimos resistir la tentación de comprar unas tortas del casar.

Atravesamos su muralla saliendo de esta ciudad para dirigirnos ahora a lo que sería nuestro destino de hoy: Torre de Don Miguel pero antes hicimos una breve parada en Gata. Difícil aparcada, conseguirlo fue una casualidad. 

Y nos dejamos engullir por sus calles y encontramos algunos hermosos y sugerentes rincones aunque tengo que confesar, en mi humilde opinión, que la mezcla de la vieja arquitectura con la nueva no ha sabido conservar el encanto que un día tuvo que tener; pero la localidad se merece un pequeño paseo para descubrir alguno de esos rincones que aún mantienen el sabor del pasado.

Y llegamos a Torre de Don Miguel que tiene una estupenda área de autocaravanas para unas seis, a poca distancia del casco y además disfruta de unas espléndidas vistas (40.221926-6.571177).  

Y entrada algo la noche a nuestra puerta llamó  Mª Jesús, la persona encargada de la oficina de turismo, que en nombre de todo el pueblo, nos acoge cálidamente, hasta tal punto que va pasando una por una a las autocaravanas que allí estamos estacionadas entregando un folleto turístico y ofreciéndonos toda la información que necesitemos, además de agradecer nuestra presencia que nos dice, permite que estos lugares sean sostenibles. Toda una sorpresa para nosotros, cansados de escondernos o de temer ser expulsados de algunos de los sitios por los que pasamos. Por lo menos aquí parecen tener conciencia de que somos una potencial fuente de riqueza, y en expansión, ya que el área está prácticamente llena.  

Pero mucho se ha escrito sobre esta zona de nuestra geografía por lo que únicamente deseo esbozar unos breves trazos sobre nuestro recorrido.

De la zona, a parte del verde de las dehesas salpicadas de sus encinas y de lo espléndida que se encuentra en esta época del año pese a que los arboles caducifolios aparecen ya casi desnudos de sus hojas, destacar las grandes extensiones de olivares.  Y Torre de Don Miguel no es ninguna excepción en la zona.

Siguiendo los consejos de Mª  Jesús, a la mañana siguiente descendimos en dirección a las piscinas naturales de la localidad para hacer una senda, la de los molinos.

Dejamos la autocaravana en el área donde estábamos reunidas unas diez,  acoplándonos como pudimos, sin molestarnos ni dar sensación de agobio ya que los arboles hacían de separadores naturales de la parcela. Aunque la carretera estaba al lado, apenas hay tránsito por lo que resulta un lugar agradable y tranquilo.

Descendimos caminando hacia la carretera, la atravesamos y en poco tiempo llegamos al aparcamiento de las piscinas. Como dijo Mª Jesús, del vaso, y junto a lo que queda del primer molino, el de Domingo, parte la senda que asciende por la margen derecha del arroyo. Aunque ahora las hierbas la hacen poco visible. No tiene pérdida siguiendo el rio.


El molino de Domingo es lo primero que capta mi atención y me causa una grata sorpresa. Se trata de un molino de aceite, o almazara del siglo pasado. Las almazaras son lugares donde se exprime la oliva para obtener el aceite.

En su interior encontramos los restos de lo que un día fue. 

Hallamos así el patio de recepción donde se recibía, limpiaba, lavaba, pesaba y se almacenaba la aceituna a la espera de ser molturada, dividida en varios cubículos para separar los distintos propietarios.  

Tras traspasar lo que quedaba de una puerta accedemos al interior de la almazara en sí donde podemos observar los restos de todos los componentes de este molino: una tolva donde se echaban las aceitunas para ser prensadas por una enorme piedra que era movida por la fuerza del agua que caía en una enorme noria que está en el exterior al otro lado de la pared y que ahora muestra en su oxido el paso del tiempo y el resultado del abandono; una prensa donde la pasta que quedaba en el tolva era introducida en unos capazos especiales para ser aplastada y seguir extrayendo el líquido dorado, un horno donde se hervía el agua para  echarla sobre estos capazos  y luego las tinajas donde era decantado y almacenado el aceite obtenido.

Pero como el aceite y su extracción protagoniza también la visita a Robledillo de Gata que tiene una almazara en un estado estupendo de conservación, será allí donde profundice un poco más sobre el proceso de elaboración junto con fotografías  que pueden ilustrar mejor el proceso que imaginándolo aquí.


La vegetación lo cubre todo, las enredaderas trepan por las paredes que aún quedan en pie y por la noria dando un bello aspecto romántico a este lugar. 

Observo con cuidado y con cariño todo y trato de imaginarlo lleno de vida, tan solo unos años atrás. Y es que mi vida profesional está en parte ligada a este sector, al del aceite ya que, ahora cuando escribo el relato, tan solo hace una semana  que me he jubilado, y en los últimos años he pertenecido al Panel de Catadores de AOVE del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, ubicado en el Laboratorio Arbitral Agroalimentario de Madrid.


La senda invisible ahora por la vegetación, sigue el arroyo entre árboles y huertos hasta llegar al segundo molino. 





En nuestro camino encontramos una señal que indicaba el “azud” del molino y tengo que confesar mi absoluta ignorancia, aunque también mi siempre incansable curiosidad me hizo investigar hasta averiguar el significado de esta palabra. 

El azud es una pequeña presa en la que en tiempos de escasez podían retener el agua para dejarla salir con más fuerza dirigiéndola por estrechos canales a las inmensas norias que movían toda la maquinaría hidráulica del molino.

Y casi sin darnos cuenta y por un hermoso camino, llegamos al último molino que parece rehabilitado pero que está cerrado. Únicamente podemos disfrutar del exterior. Aquí el patio de recepción es mucho mayor que en el primer molino y hay muchos más receptáculos para almacenar la aceituna. Es el mas próximo al pueblo y posiblemente el que tendría más clientela.

Un camino de grava gris pasa al lado, pero seguimos las indicaciones  de Mª Jesús y tomamos la senda que continua a la derecha y que en muy poco tiempo nos conduce a la carretera.

Una vez aquí, decidimos dirigirnos a la localidad. Una pequeña ermita a la entrada llama mi atención por la representación en una de sus gárgolas de una figura que sujeta con ambas manos un enorme pene en erección. Y lo que me resulta más curioso, está intacto. Qué raro que no lo sometieran al “tiro al blanco” .

Torre de Don Miguel tiene algunos bonitos rincones sobre todo cercanos a la plaza, que merecen ser descubiertos. 

La inmensa iglesia  que está en el centro de un abierto espacio, da por finalizada nuestra breve incursión y “cerrando el círculo” regresamos a la autocaravana para cargar agua y dirigirnos a Robledillo de Gata.

La carretera es estupenda y se abre paso entre olivos, castaños, madroños y alcornoques. Un hermoso paisaje   enmarcado por la silueta de la sierra al fondo y siempre con el río a nuestro lado que ahora corre alegre. 

Tomamos una desviación y en poco tiempo llegamos a Robledillo.

A su entrada hay un pequeño aparcamiento y de casualidad, encontramos un sitio libre. Pero, no tuvimos la precaución de dejarla mirando hacia afuera ya que frente a ella los espacios estaban inhabilitados para aparcar por lo que habría sitio para salir sin mayores problemas. No contamos con el incivismo e insolidaridad de un par de turismos que pese a la prohibición que aparecía claramente dibujada en el suelo, aparcaron, obligándonos a realizar innumerables maniobras  para salir. Maniobras que normalmente suelo realizar yo ya que quizás tengo un poco más de habilidad que Angel, y eso de ver una mujer al volante de un trasto tan grande atrajo a hombres deseosos de …echar una mano. Así  que tuve que repelerlos bajo el argumento de que solo quería a un hombre dirigiéndome, y ese, sería mi marido, lo que dio un resultado inmediato, aunque no sé si ofendí o no.

Robledillo de Gata es toda una belleza, armoniosa, integrada en el entorno, colgada de la ladera de la montaña y lamida por un cristalino arroyo que discurre por su parte inferior. 

Sus casas escalan  las laderas de la montaña en un tetris casi perfecto: balconadas de madera, muros de piedra, viejas puertas…

Muy cuidado del todo no está ya que muchas de sus casas aparecen algo abandonadas, pero tiene el encanto especial de lo auténtico aunque no sea lo más hermoso.  Tiene rincones realmente bellos, especiales, que te transportan a otra época. Es un bonito conjunto arquitectónico que merece un buen paseo para ir descubriéndolos.



El conjunto de casas que se alinean junto a la orilla del río  en su parte inferior es especialmente hermoso, con una pequeña cascada que pinta de blanco su curso.




Al final encontramos el museo del aceite, regentado por dos hermanos. Y allí es donde pude reconstruir la vieja y oxidada maquinaria abandonada que habíamos visto horas atrás en Torre de Don Miguel, en la senda de los molinos.



Allí encontramos la tolva donde se echaba la aceituna cayendo desde allí a la inmensa pila del molino donde una enorme piedra movida por la noria que a su vez es impulsada por el agua, trituraba la aceituna, extrayendo aceite y  haciendo una pasta que luego era colocada en los capazos que se iban poniendo uno sobre otro en la prensa. 


Esta también es movida por una máquina hidráulica que la acciona de abajo hacia arriba en un primer prensado.  Después viene el agua caliente que echaban sobre estos capazos. 



El aceite extraído aquí está mezclado con agua por lo que tiene que pasar a unos decantadores en los que agua se deposita abajo y el aceite arriba.  Estos decantadores tienen unos tubos en su parte superior por los que salía el aceite almacenándose en lo que cada propietario llevara: tinajas, barriletes, grandes recipientes de aluminio….


En un momento determinado nos pregunta si queremos catar el aceite que ellos producen y por supuesto no puedo negarme. Y sí, tengo que decir que lo que probé era aceite de oliva virgen extra, poco amargo pero bastante picante. A mi juicio un poco desequilibrado entre amargor y picor, pero supongo que podría ser la variedad, la manzanilla cacereña, poco habitual en nuestras catas de aceite.



Ya en la tienda mantuve una breve conversación con el otro hermano -algo más comunicativo que el que nos acompañó en el museo- sobre la importancia de un buen aceite de oliva virgen extra y es que casi todos valoramos y damos mucha importancia a un buen vino para acompañar nuestras comidas pero por desgracia, negamos esa importancia a un buen aceite para aderezar una buena ensalada o cocinar.  

Cualquier ensalada compuesta de productos de calidad aderezada con un buen aceite es completamente distinta a si la aderezamos  con aceite de calidades bajas, y no digamos ya si ese aceite no es virgen extra e incluso, lampante. Me produce tristeza comprobar como una excelente ensalada pierde todo su encanto por utilizar un mal aceite. Y me mantengo en silencio. Si no me preguntan, callo.  Y nadie suele preguntar.

Lamentablemente en el país mayor productor de aceite de oliva del mundo carecemos de cultura sobre el aceite. La mayoría de la población no distingue entre un aceite virgen extra y uno virgen, y tampoco detecta uno lampante. Tampoco invierte dinero en adquirir un buen aceite y en mi práctica profesional he podido observar que el fraude, es decir, vender aceite virgen e incluso lampante como virgen extra, es algo relativamente habitual. 

Y dejando Robledillo de Gata,  pusimos rumbo a  San Martín de Trevejo. Eran ya las  14,00 horas por lo que decidimos dirigirnos directamente allí a comer donde había localizado un lugar para pernoctar, junto a las piscinas del río.

Pero antes, en Hoyos, hicimos un intento de encontrar unas piscinas naturales, pero después de introducirnos por una estrecha carretera algunos kilómetros, ver que se estrechaba aún más y sin saber a dónde nos llevaba, decidimos regresar a nuestra primera idea, a San Martín.

Una vez allí seguimos las indicaciones del navegador y nos introdujo por una calle estrecha con turismos aparcamos a ambos lados. Aquello no nos gustó, pero tras intentar dar la vuelta sin poder, decidimos salir marcha atrás. Persistimos pero fuimos incapaces de encontrar una ruta posible para  llegar a las piscinas así que nos encontramos casi sin darnos cuenta, ascendiendo por una carretera panorámica hacia Trevejo.

Casi a las 16 horas y sin haber comido, decidimos parar en esta carretera en un mirador a un kilómetro de San Martín. Después, con el google earth localizamos un posible sitio para pernoctar, cerca del cementerio ya que el más cercano de los que aparecían en park4night era a unos 20km y mañana teníamos previsto visitar esta localidad y hacer una pequeña ruta de senderismo. No convenía por tanto alejarnos mucho de aquí.

Y allí llegamos. No era la primera vez que dormíamos junto a un cementerio. Son lugares tranquilos donde los vecinos son muy silenciosos.

A la mañana siguiente nos dirigimos a San Martín de Trevejo descubriendo que tenía un bonito paseo por sus calles donde lo primero que llamó mi atención fueron los dos o tres peldaños que aparecían en todas las puertas de acceso a sus viviendas. Si a esto sumábamos que el agua cristalina corría por un desdibujado canalón por la calle, dedujimos que estos peldaños debían ser para evitar posibles riadas. 

Y, como no pudo ser de otra manera, cuando tuve oportunidad pregunté a una lugareña quien sorprendentemente me lo negó. Me dijo que nunca había entrado el agua en las casas y que era costumbre construir así. Yo, sinceramente, pienso que todas las costumbres obedecen a algo y que es una incomodidad acceder a una vivienda mediante tres escalones cuando puede estar a pie de calle por lo que seguramente debía de haber algún motivo para ello.  

Pero quizás la peculiaridad que más atrajo nuestra atención fue comprobar en el nombre de sus calles la denominada  “a fala”, una lengua romance hablada  en este municipio y en otros aledaños como Eljas y Valverde del Fresno. Es una especie de castellano mezclado con portugués en la que los lugareños nos confirmaron que hablaban habitualmente.  

Caminamos perdidos y sin rumbo por sus calles, hasta llegar al campo de futbol donde comenzaba una calzada romana que ascendía al principio en pronunciada pendiente hacia lo que iba a ser nuestra ruta del día, el castañar de los abuelos,  senda que podía prolongarse hasta el puerto o enlazar con otra, “Entre ríos y bosques”  haciéndola circular y añadiendo 2 kilómetros más.


Es un gusto caminar por esta calzada que a lo largo de miles de  años han pisado otros antes que nosotros por muchos motivos diferentes al nuestro. Se abre paso entre olivares dejando el pueblo abajo, acogido por las laderas de la montaña.



Ascendemos  para llegar a una zona abierta desde la que se contemplan hermosos prados, para luego entrar de lleno en un joven castañar hasta que avistamos el primer “abuelo”, un gigantesco castaño a pie de camino y luego, unos metros después, dos enormes ejemplares tan impresionantes como el primero.


Se puede pensar que estos bosques en otoño o invierno, desprovistos del verdor de las hojas de los arboles no tienen mucho encanto, pero no es así. El camino aparece tapizado por el color dorado de las hojas de los castaños y todo tiene un encanto especial. Las paredes de negra piedra tapizadas de un musgo de color verde intenso en fuerte contraste con el dorado y pardo de las hojas caídas, los troncos desnudos que se yerguen en busca de la luz….es muy hermoso. El otoño tiene su propia belleza.

Pero esta belleza se ve algo deslucida por la gente. Hoy, domingo, en un puente parece una romería y lo que es mas y me ha enfadado, nos han adelantado media docena de quad que con sus ruidosos y agresivos motores han roto el encanto de este lugar. Siento como una violenta invasión, como si me agredieran con su ruido, con su velocidad, …Arriba, junto a los robles, comprobamos que no están permitidos pero mucho me temo que hayan accedido por otro lugar. 

Cuando me encuentro en estos lugares rodeados de una naturaleza tan pura, me invade una extraña sensación de paz, pero también siento como si no perteneciera a este lugar, como si me hubiera introducido de una manera artificial, como si me encontrara en el centro de una imagen…me siento extraña y me limito a contemplarla en silencio, a sentirla y a dejarla después de puntillas,  como si no hubiera estado allí.

Y decidimos regresar por donde habíamos venido. En total unos 5 km que asumimos sin problemas ya que la hora no había rozado aún la de comer porque hemos comprobado que a partir de esa hora…ya no somos nadie y cualquier movimiento nos cuesta un esfuerzo extraordinario.  


De regreso ponemos rumbo a Trevejo. La carretera asciende suave y sinuosa entre bosques de robles y castaños hasta quedarnos en un mirador a unos 200 metros del pueblo. Suponemos que su aparcamiento puede estar lleno y como vemos ya turismos aquí, decidimos que no es distancia dejando aparcada la autocaravana allí y a nuestra amiga peluda dentro.

Y efectivamente, el aparcamiento es más bien pequeño y está completo, lo mismo que el pueblo. 

La gente se desparrama por sus calles y por el castillo. Es un lugar distinto a los otros. 

Cada pueblo de la zona está caracterizado por algo: Robledillo de Gata  por una arquitectura que combina la madera, la piedra y el barro, con balconadas voladas y pasadizos en las calles, San Martin de Trevejo con sus escalones y el agua corriendo por sus calles y aquí  en Trevejo, donde reina la piedra gris de granito. 

Las viviendas son de pequeño tamaño pero todas de piedra y aparecen desorganizadas y algo dispersas  en la loma de la montaña, entre las rocas, mezclándose con ellas. Algunas tienen unas vistas hacia el horizonte absolutamente privilegiadas.  

Una lugareña entrada ya en muchos años nos ofrece queso de cabra. Sin control sanitario me da terror comprarlo.

La imponente silueta de las ruinas de su castillo preside también la imagen de esta pequeña localidad. Por su loma ascienden y descienden puntos de colores, saltando, gritando, hablando…la “plaga”. Un cartel informa de la posibilidad de desprendimientos de piedras del castillo, pero pese a ella, hay gente cerca de sus muros. 


Nosotros decidimos mantenernos a una prudencial distancia. Bajamos a su iglesia, junto al castillo,  donde descubrimos algunas tumbas antropoformas y como no, disfrutamos de unas espectaculares vistas dando después por terminado el día y poniendo de nuevo rumbo a Torre de don Miguel, a su área a donde llegamos media hora después y donde milagrosamente encontramos el último sitio, solo apto para nuestra escasa longitud.

Y aquí hemos dejado que la noche nos acogiera con sus sombras y su silencio.


A la mañana siguiente decidimos acercarnos con la autocaravana a hacer un “cordel” pero cuando llegamos el lugar no nos parece atractivo ya que caminaríamos sobre una carretera de asfalto, así que resignados por no encontrar un buen lugar para hacer una fácil senda, decidimos regresar a la senda de los molinos, a los restos de las almazaras.
Y así recorrimos, una vez más, esta hermosa senda, esta vez, levantando las ruinas de los molinos con nuestra imaginación, haciendo correr el agua  por los azures una vez mas  y cayendo en las enormes norias haciéndolas girar y poniendo en marcha todo el mecanismo complejo de la prensas. 


La gigantesca piedra rodaba sobre las aceitunas aplastándolas una y otra vez y extrayendo su líquido elemento, las ruedas dentadas girando y apretando cada vez mas los capazos que contienen la pasta de aceituna y un liquido denso y verdoso exudando  por todos los lados hasta ser recogido…

el horno hirviendo agua que será vertida sobre estos capazos para en un último esfuerzo, seguir extrayendo este oro líquido…

Después, todo se deshizo como el humo para regresarnos a la realidad. Y lamenté no haber podido visitar al menos uno de los dos molinos cerrados y que deben de explicar su funcionamiento. Esta senda, poco publicitada, es, no solo una belleza, sino que atesora un valor cultural y creo que es la auténtica joya de Torre de don Miguel. 












Curiosamente Mª Jesus nos ofreció el día que llegamos la posibilidad de hacer una ruta gratuita por el casco del pueblo, pero no esta que nos descubrió ella misma por casualidad. 

De regreso a casa envie un email al ayuntamiento agradeciendo el área, su acogida y sugiriendo que publicitaran esta ruta, no solo en los impresos que entregaban si no en un cartel informativo en la propia área.

Luego…me invade una sensación de arrepentimiento y también de culpa por sentir lo primero. Y es que muchos de estos sitios tan encantadores  y románticos pierden su encanto cuando comienzan  a ser visitados en masa. A lo largo de los años hemos visto como hay muchos hermosos lugares que “mueren por su propio éxito”. 

A todos nos gusta lo hermoso, todos tenemos derecho a disfrutar de ello, pero parte de la belleza de estos lugares está en su soledad y rota esta, pierde hermosura.

Y pusimos ya rumbo de regreso a casa, preguntándonos cuándo podríamos salir de nuevo. Hoy, habiendo pasado ya mediados de febrero de 2021, lo único que nos hemos permitido han sido dos breves escapadas de una noche por la Comunidad de Madrid, una a Montejo de la Sierra a hacer una senda (imposible su hayedo que cuando lo visitamos por primera vez hace 40 años era casi desconocido) y otra hace unos días a Patones donde recibimos el regalo de la presa del Pontón de la Oliva y del Villar desbordadas de agua.

En memoria de Cristina.

15 días antes de publicar este relato hemos perdido a una vieja amiga con la que hemos caminado desde nuestra temprana juventud, junto con su compañero de vida y otros dos amigos más. Ahora,...ya no somos seis. Somos cinco. 

Cristina, viajera, generosa, buena, amable, dispuesta, alegre,...siempre estarás en nuestros corazones y mientras estés, no morirás y seguirás caminando junto a nosotros por estos y otros hermosos parajes.