A mis compañeros del panel de catadores de Aceite de Oliva Virgen Extra (AOVE)del Laboratorio Arbitral Agroalimentario de Madrid (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación). El MEJOR.
Gracias por su calidez, entrega y dedicación.
Casi podría ser un juego de palabras y es que soy gata caminando por algunos parajes de la Sierra de Gata a donde nos escapamos tres días en diciembre de 2020, en el puente de la Inmaculada o de la Constitución. Este bicho del Covid 19 sigue protagonizando y dominando nuestras vidas y Madrid cerró sus fronteras a otras Comunidades Autónomas el viernes a las 00,00 por lo que escapamos el jueves a las 14,30 y a la única Comunidad que se mantenía abierta: Extremadura. Todas las demás permanecían cerradas debido a la segunda ola de este bicho que parece ser más inteligente que nosotros, que ha cambiado nuestras vidas y que después de diez meses no somos capaces de controlar.
Y esta escapada marca
un punto y aparte trascendental en mi vida. Sería el último viaje que hiciera
en “activo” laboralmente. En diciembre tuvimos que suspender el que solemos
hacer todos los años a la playa. El motivo, el mismo. Y ahora, escribo el
relato una semana después de haberme jubilado después de una vida laboral que
se ha extendido casi 38 años. Y sí, soy joven. Tengo ahora 60 años recién
cumplidos y afortunadamente se me permite una jubilación voluntaria a esta edad
sin pérdida económica relevante. Y ahora, que aún tengo fuerzas e ilusión, deseo
disfrutar de esta nueva etapa lo que mi salud y la de mi compañero de vida nos permita. Él disfruta
de la suya desde hace cuatro años. Es el momento. Ya no nos va a quedar mucho
tiempo más.
Vivimos tiempos
difíciles, impensables hace tan solo un año. Nos rodea la desgracia, incluso
nos ha rozado débilmente en familiares y amigos que han sufrido y sufren grandes
tragedias. A veces me siento como sentada en un salón de sorteos donde a cada
uno de los asistentes le toca una desgracia distinta. A nosotros, por ahora no.
Pero no sabemos nunca cuando nos puede tocar.
Ahora toca vivir,
tratar de recuperar el tiempo perdido, de hacer lo que cuando éramos…”más”
jóvenes no pudimos hacer, manejar un tiempo que ahora es nuestro por completo,
toca disfrutar de la libertad, mientras que ese “sorteo” lo permita y sin olvidarnos ni apartarnos del sufrimiento
de los demás.
Me he hecho una “abuela
cebolleta” así que rompo este hilo para centrarme en el relato en sí. ¿qué os importarán mis divagaciones y reflexiones?. Bueno, me aprovecho de la “licencia”
que dan los años. Parece que todo el mundo se vuelve algo más comprensivo
cuando ven los estragos que en nuestros cuerpos han hecho los años y yo…pues
también, por qué no, me aprovecho a veces de ello aunque también pienso que me
he ganado el derecho.
Partimos el jueves rumbo a Plasencia donde haríamos nuestra primera parada y decidimos pasar la noche en Malpartida de Plasencia, en el aparcamiento del polideportivo, un sitio tranquilo a las afueras del pueblo (39.976670, -6.038977).
Atravesamos su muralla saliendo de esta ciudad para dirigirnos ahora a lo que sería nuestro destino de hoy: Torre de Don Miguel pero antes hicimos una breve parada en Gata. Difícil aparcada, conseguirlo fue una casualidad.
Y llegamos a Torre de Don Miguel que tiene una estupenda área de autocaravanas para unas seis, a poca distancia del casco y además disfruta de unas espléndidas vistas (40.221926, -6.571177).
Y entrada algo la
noche a nuestra puerta llamó Mª Jesús,
la persona encargada de la oficina de turismo, que en nombre de todo el pueblo,
nos acoge cálidamente, hasta tal punto que va pasando una por una a las
autocaravanas que allí estamos estacionadas entregando un folleto turístico y
ofreciéndonos toda la información que necesitemos, además de agradecer nuestra
presencia que nos dice, permite que estos lugares sean sostenibles. Toda una sorpresa
para nosotros, cansados de escondernos o de temer ser expulsados de algunos de
los sitios por los que pasamos. Por lo menos aquí parecen tener conciencia de
que somos una potencial fuente de riqueza, y en expansión, ya que el área está
prácticamente llena.
Pero mucho se ha
escrito sobre esta zona de nuestra geografía por lo que únicamente deseo
esbozar unos breves trazos sobre nuestro recorrido.
De la zona, a parte
del verde de las dehesas salpicadas de sus encinas y de lo espléndida que se
encuentra en esta época del año pese a que los arboles caducifolios aparecen ya
casi desnudos de sus hojas, destacar las grandes extensiones de olivares. Y Torre de Don Miguel no es ninguna excepción
en la zona.
Siguiendo los consejos
de Mª Jesús, a la mañana siguiente descendimos
en dirección a las piscinas naturales de la localidad para hacer una senda,
la de los molinos.
Dejamos la autocaravana en el área donde estábamos reunidas unas diez, acoplándonos como pudimos, sin molestarnos ni dar sensación de agobio ya que los arboles hacían de separadores naturales de la parcela. Aunque la carretera estaba al lado, apenas hay tránsito por lo que resulta un lugar agradable y tranquilo.
Descendimos caminando hacia la carretera, la atravesamos y en poco tiempo llegamos al aparcamiento de las piscinas. Como dijo Mª Jesús, del vaso, y junto a lo que queda del primer molino, el de Domingo, parte la senda que asciende por la margen derecha del arroyo. Aunque ahora las hierbas la hacen poco visible. No tiene pérdida siguiendo el rio.
En su interior encontramos los restos de lo que un día fue.
Hallamos así el patio de recepción donde se recibía, limpiaba, lavaba, pesaba y se almacenaba la aceituna a la espera de ser molturada, dividida en varios cubículos para separar los distintos propietarios.
Tras traspasar lo que quedaba de una puerta accedemos al interior de la almazara en sí donde podemos observar los restos de todos los componentes de este molino: una tolva donde se echaban las aceitunas para ser prensadas por una enorme piedra que era movida por la fuerza del agua que caía en una enorme noria que está en el exterior al otro lado de la pared y que ahora muestra en su oxido el paso del tiempo y el resultado del abandono; una prensa donde la pasta que quedaba en el tolva era introducida en unos capazos especiales para ser aplastada y seguir extrayendo el líquido dorado, un horno donde se hervía el agua para echarla sobre estos capazos y luego las tinajas donde era decantado y almacenado el aceite obtenido.
Pero como el aceite y su extracción protagoniza también la visita a Robledillo de Gata que tiene una almazara en un estado estupendo de conservación, será allí donde profundice un poco más sobre el proceso de elaboración junto con fotografías que pueden ilustrar mejor el proceso que imaginándolo aquí.
Un camino de grava gris
pasa al lado, pero seguimos las indicaciones
de Mª Jesús y tomamos la senda que continua a la derecha y que en muy
poco tiempo nos conduce a la carretera.
Torre de Don Miguel tiene algunos bonitos rincones sobre todo cercanos a la plaza, que merecen ser descubiertos.
La inmensa iglesia que está en el centro de un abierto espacio, da por finalizada nuestra breve incursión y “cerrando el círculo” regresamos a la autocaravana para cargar agua y dirigirnos a Robledillo de Gata.
A su entrada hay un pequeño aparcamiento y de casualidad, encontramos un sitio libre. Pero, no tuvimos la precaución de dejarla mirando hacia afuera ya que frente a ella los espacios estaban inhabilitados para aparcar por lo que habría sitio para salir sin mayores problemas. No contamos con el incivismo e insolidaridad de un par de turismos que pese a la prohibición que aparecía claramente dibujada en el suelo, aparcaron, obligándonos a realizar innumerables maniobras para salir. Maniobras que normalmente suelo realizar yo ya que quizás tengo un poco más de habilidad que Angel, y eso de ver una mujer al volante de un trasto tan grande atrajo a hombres deseosos de …echar una mano. Así que tuve que repelerlos bajo el argumento de que solo quería a un hombre dirigiéndome, y ese, sería mi marido, lo que dio un resultado inmediato, aunque no sé si ofendí o no.
Al final encontramos el museo del aceite, regentado por dos hermanos. Y allí es donde pude reconstruir la vieja y oxidada maquinaria abandonada que habíamos visto horas atrás en Torre de Don Miguel, en la senda de los molinos.
Esta también es movida por una máquina hidráulica que la acciona de abajo hacia arriba en un primer prensado. Después viene el agua caliente que echaban sobre estos capazos.
En un momento
determinado nos pregunta si queremos catar el aceite que ellos producen y por
supuesto no puedo negarme. Y sí, tengo que decir que lo que probé era aceite de
oliva virgen extra, poco amargo pero bastante picante. A mi juicio un poco
desequilibrado entre amargor y picor, pero supongo que podría ser la variedad,
la manzanilla cacereña, poco habitual en nuestras catas de aceite.
Y dejando Robledillo
de Gata, pusimos rumbo a San
Martín de Trevejo. Eran ya las 14,00
horas por lo que decidimos dirigirnos directamente allí a comer donde había
localizado un lugar para pernoctar, junto a las piscinas del río.
Pero antes, en Hoyos,
hicimos un intento de encontrar unas piscinas naturales, pero después de
introducirnos por una estrecha carretera algunos kilómetros, ver que se
estrechaba aún más y sin saber a dónde nos llevaba, decidimos regresar a
nuestra primera idea, a San Martín.
Una vez allí seguimos las
indicaciones del navegador y nos introdujo por una calle estrecha con turismos
aparcamos a ambos lados. Aquello no nos gustó, pero tras intentar dar la vuelta
sin poder, decidimos salir marcha atrás. Persistimos pero fuimos incapaces
de encontrar una ruta posible para llegar
a las piscinas así que nos encontramos casi sin darnos cuenta, ascendiendo por
una carretera panorámica hacia Trevejo.
Y allí llegamos. No
era la primera vez que dormíamos junto a un cementerio. Son lugares tranquilos
donde los vecinos son muy silenciosos.
Y, como no pudo ser de otra manera, cuando tuve oportunidad pregunté a una lugareña quien sorprendentemente me lo negó. Me dijo que nunca había entrado el agua en las casas y que era costumbre construir así. Yo, sinceramente, pienso que todas las costumbres obedecen a algo y que es una incomodidad acceder a una vivienda mediante tres escalones cuando puede estar a pie de calle por lo que seguramente debía de haber algún motivo para ello.
Pero quizás la peculiaridad que más atrajo nuestra atención fue comprobar en el nombre de sus calles la denominada “a fala”, una lengua romance hablada en este municipio y en otros aledaños como Eljas y Valverde del Fresno. Es una especie de castellano mezclado con portugués en la que los lugareños nos confirmaron que hablaban habitualmente.
Caminamos perdidos y
sin rumbo por sus calles, hasta llegar al campo de futbol donde comenzaba una
calzada romana que ascendía al principio en pronunciada pendiente hacia lo que
iba a ser nuestra ruta del día, el castañar de los abuelos, senda que podía prolongarse hasta el puerto o
enlazar con otra, “Entre ríos y bosques”
haciéndola circular y añadiendo 2 kilómetros más.
De regreso ponemos
rumbo a Trevejo. La carretera
asciende suave y sinuosa entre bosques de robles y castaños hasta quedarnos en
un mirador a unos 200 metros del pueblo. Suponemos que su aparcamiento puede
estar lleno y como vemos ya turismos aquí, decidimos que no es distancia dejando
aparcada la autocaravana allí y a nuestra amiga peluda dentro.
Y efectivamente, el aparcamiento es más bien pequeño y está completo, lo mismo que el pueblo.
Las viviendas son de pequeño tamaño pero todas de piedra y aparecen desorganizadas y algo dispersas en la loma de la montaña, entre las rocas, mezclándose con ellas. Algunas tienen unas vistas hacia el horizonte absolutamente privilegiadas.
Una lugareña entrada ya en muchos años nos ofrece queso de cabra. Sin
control sanitario me da terror comprarlo.
Nosotros decidimos mantenernos a una prudencial distancia. Bajamos a su iglesia, junto al castillo, donde descubrimos algunas tumbas antropoformas y como no, disfrutamos de unas espectaculares vistas dando después por terminado el día y poniendo de nuevo rumbo a Torre de don Miguel, a su área a donde llegamos media hora después y donde milagrosamente encontramos el último sitio, solo apto para nuestra escasa longitud.
De regreso a casa envie un email al ayuntamiento
agradeciendo el área, su acogida y sugiriendo que publicitaran esta ruta, no
solo en los impresos que entregaban si no en un cartel informativo en la propia
área.
A todos nos gusta lo hermoso, todos tenemos derecho a disfrutar de ello, pero parte de la belleza de estos lugares está en su soledad y rota esta, pierde hermosura.
Y pusimos ya rumbo de regreso a casa, preguntándonos cuándo podríamos salir de nuevo. Hoy, habiendo pasado ya mediados de febrero de 2021, lo único que nos hemos permitido han sido dos breves escapadas de una noche por la Comunidad de Madrid, una a Montejo de la Sierra a hacer una senda (imposible su hayedo que cuando lo visitamos por primera vez hace 40 años era casi desconocido) y otra hace unos días a Patones donde recibimos el regalo de la presa del Pontón de la Oliva y del Villar desbordadas de agua.
En memoria de Cristina.
15 días antes de publicar este relato hemos perdido a una vieja amiga con la que hemos caminado desde nuestra temprana juventud, junto con su compañero de vida y otros dos amigos más. Ahora,...ya no somos seis. Somos cinco.
Cristina, viajera, generosa, buena, amable, dispuesta, alegre,...siempre estarás en nuestros corazones y mientras estés, no morirás y seguirás caminando junto a nosotros por estos y otros hermosos parajes.